Comentario
De cómo los indios de la tierra se tornaron a ofrescer
Y visto que los cristianos que había enviado a descubrir y buscar camino para hacer la entrada y descubrimiento de la provincia se habían vuelto sin traer relación ni aviso de lo que convenía, y que al presente se ofrescían ciertos indios principales naturales de esta ribera, algunos de los cristianos nuevamente convertidos y otros muchos indios, ir a descubrir las poblaciones de la tierra adentro, y que llevarían consigo algunos españoles que lo viesen, y trujesen relación del camino que ansí descubriesen, habiendo hablado y platicado con los indios principales que a ello se ofrecieron, que se llamaban Juan de Salazar Cupirati, y Lorenzo Moquiraci, y Timbuay, y Gonzalo Mayrairu, y otros; y vista su voluntad y buen celo con que se movían a descubrir la tierra, se lo agradeció y ofresció que Su Majestad, y él en su real nombre, se lo pagarían y gratificarían; y a esta sazón le pidieran cuatro españoles, hombres pláticos en aquella tierra, les diese la empresa del descubrimiento, porque ellos irían con los indios y pornían en descubrir el camino toda la diligencia que para tal caso se requería; y él, visto que de su voluntad se ofrescían, el gobernador se lo concedió. Estos cristianos que se ofrescieron a descubrir este camino, y los indios principales con hasta mil y quinientos indios que llamaron y juntaron de la tierra, se partieron a 15 días del mes de diciembre del año de 1542 años, y fueron navegando con canoas por el río del Paraguay arriba, y otros fueron por tierra hasta el puerto de las Piedras, por donde se había de hacer la entrada al descubrimiento de la tierra, habían de pasar por la tierra y lugares de Aracare, que estorbaba que no se descubriese el camino pasado a los indios, que nuevamente iban, que no fuesen induciéndoles con palabras de motín; y no lo queriendo hacer los indios, se lo quisieron hacer dejar descubrir por fuerza, y todavía pasaron delante; y llegados al puerto de las Piedras los españoles, llevando consigo los indios y algunos que dijeron que sabían el camino por guías, caminaron treinta días contino por tierra despoblada, donde pasaron grandes hambres y sed; en tal manera, que murieron algunos indios, y los cristianos con ellos se vieron tan desatinados y perdidos de sed y hambre, que perdieron el tino y no sabían por dónde habían de caminar; y de esta causa se acordaron de volver y se volvieron, comiendo por todo el camino cardos salvajes, y para beber sacaban zumo de los cardos y de otras yerbas, y a cabo de cuarenta y cinco días volvieron a la ciudad de la Ascensión; y venido por el río abajo, el dicho Aracare les salió al camino y les hizo mucho daño, mostrándose enemigo capital de los cristianos y de los indios que eran amigos, haciendo guerra a todos; y los indios y cristianos llegaron flacos y muy trabajados. Y vistos los daños tan notorios que el dicho Aracare indio había hecho y hacía, y cómo estaba declarado por enemigo capital, con parescer de los oficiales de Vuestra Majestad y religiosos, mandó el gobernador proceder contra él, y se hizo el proceso, y mandó que a Aracare le fuesen notificados los autos, y así se lo notificaron, con gran peligro y trabajo de los españoles que para ello envió, porque Aracare los salió a matar con mano armada, levantando y apellidando todos sus parientes y amigos para ello; y hecho y fulminado el proceso conforme a derecho, fue sentenciado a pena de muerte corporal, la cual fue ejecutada en el dicho Aracare indio, y a los indios naturales les fue dicho y dado a entender las razones y causas justas que para ello había habido. A 20 días del mes de diciembre vinieron a surgir al puerto de la ciudad de la Ascensión los cuatro bergantines que el gobernador había enviado al río del Paraná a socorrer los españoles que venían en la nao que envió dende la isla de Santa Catalina, y con ellos el batel de la nao, y en todos cinco navíos vino toda la gente, y luego todos desembarcaron. Pedro Destopiñán Cabeza de Vaca, a quien dejó por capitán de la nao y gente, el cual dijo que llegó con la nao al río del Paraná, y que luego fue en demanda del puerto de Buenos Aires; y en la entrada del puerto, junto donde estaba asentado el pueblo, halló un mástel enarbolado hincado en tierra, con unas letras cavadas que decían: "Aquí está una carta"; y fue hallada en unos barrenos que se dieron; la cual abierta, estaba firmada de Alonso Cabrera, veedor de fundiciones, y de Domingo de Irala, vizcaíno, que se decía y nombraba teniente de gobernador de la provincia; y decía dentro de ella cómo habían despoblado el pueblo del puerto de Buenos Aires y llevado la gente que en él residía a la ciudad de la Ascensión por causas que en la parte se contenían; y que de causa de hallar el pueblo alzado y levantado, había estado muy cerca de ser perdida toda la gente que en la nao venía, así de hambre como por guerra que los indios guaraníes les daban; y que por tierra, en un esquife de la nao, se le habían ido veinticinco cristianos huyendo de hambre, y que iban a la costa del Brasil; y que si tan brevemente no fueran socorridos, y a tardarse el socorro un día sólo, a todos los mataron los indios, porque la propia noche que llegó el socorro, porque con haberles venido ciento cincuenta españoles prácticos en la tierra a socorrerlos, los habían acometido los indios al cuarto de alba y puesto fuego a su real, y les mataron e hirieron cinco o seis españoles; y con hallar tan gran resistencia de navíos y de gentes, los pusieron los indios en muy gran peligro; y así, se tuvo por muy cierto que los indios mataran toda la gente española de la nao si no se hallan allí el socorro, con el cual se reformaron y esforzaron para salvar la gente; y que allende de esto, se puso grande diligencia a tornar, a fundar y asentar de nuevo el pueblo y puerto de Buenos Aires, en el río del Paraná, en un río que se llama el río de San Juan, y no se pudo asentar ni hacer a causa que era a la sazón invierno, tiempo trabajoso, y las tapias que se hacían las aguas las derribaban. Por manera que le fue forzado dejarlo de hacer, y fue acordado que toda la gente se subiese por el río arriba y traerla a esta ciudad de la Ascensión. A este capitán Gonzalo de Mendoza, siempre la víspera día de Todos los Santos le acontescía un caso desastrado, y a la boca del río, el mismo día, se le perdió una nao cargada de bastimento y se le ahogó gente harta; y viniendo navegando acontesció un acaso extraño. Estando la víspera de Todos Santos surtos los navíos en la ribera del río junto a unas barraqueras altas, y estando amarrada a un árbol la galera que traía Gonzalo de Mendoza, tembló la tierra, y levantada la misma tierra se vino arrollada como un golpe de mar hasta la barranca, y los árboles cayeron en el río, y la barranca dio sobre los bergantines, y el árbol do estaba amarrada la galera dio tan gran golpe sobre ella, que la volvió de abajo arriba, y así la llevó más de media legua, llevando el mástel debajo y la quilla encima; y de esta tormenta se le ahogaron en la galera y otros navíos catorce personas entre hombres y mujeres; y según lo dijeron los que se hallaron presentes, fue la cosa más temerosa que jamás pasó; y con este trabajo llegaron a la ciudad de la Ascensión, donde fueron bien aposentados y proveídos de todo lo necesario; y el gobernador, con toda la gente, dieron gracias a Dios por haberlos traído a salvamiento y escapado de tantos peligros como por aquel río hay y pasaron.